Cuando las Brujas Vienen por tu Hija

Cuando las Brujas Vienen por tu Hija

Cuando las Brujas Vienen por tu Hija

Esto le pasó a mi prima Tere que siempre había sido una mujer escéptica. No creía en historias de fantasmas ni en relatos viejos que hablaban de seres oscuros rondando la noche. Pero cuando su hija nació, todo cambió.

Desde el primer día en casa con su bebé, comenzaron a suceder cosas extrañas. Cada noche, justo después de la medianoche, se escuchaban golpes secos en el techo, como si alguien dejara cayera. Al principio, pensó que serían gatos o algún animal merodeando, pero los ruidos pronto se volvieron más inquietantes.

Los arañazos en el techo de la habitación parecían recorrer la casa entera, como si algo con garras largas y afiladas se deslizara una y otra vez. La primera vez que despertó a su esposo para que escuchara, se encontró con algo aterrador: él no reaccionaba. No importaba cuánto lo sacudiera o le gritara al oído, su cuerpo yacía inmóvil en un sueño tan profundo que parecía haber sido embrujado.

Tere se quedó paralizada en la oscuridad, sosteniendo a su hija contra su pecho, sintiendo el escalofrío recorrer su piel mientras el sonido de las garras se hacía más intenso. Algo estaba arriba de su casa.

Las noches siguientes fueron peores. Su marido caía en ese mismo trance profundo en cuanto anochecía, dejando a Tere sola en la lucha contra lo desconocido. Cada vez que intentaba encender la luz, la bombilla parpadeaba y se apagaba de inmediato.

Desesperada, buscó la ayuda de una mujer mayor a la que conocía de vista, una curandera de Iztapalapa. Al ver a la bebé, la anciana frunció el ceño y sin dudarlo le dijo:

—Bautízala. Lo que escuchas por las noches son brujas, y quieren llevarse a tu niña.

Tere sintió un escalofrío recorrer su espalda. ¿Brujas? Se negaba a creerlo, pero lo que pasaba en su casa era todo menos normal. Sin pensarlo dos veces, llevó a bautizar a su hija, de milagro lograron que un padre accediera aunque no fueran horas para un bautizo. La iglesia quedaba lejos por lo que pasaron la noche fuera de su casa.

Aquella madrugada, algo aterrador ocurrió en su hogar.

Los vecinos fueron testigos de un fenómeno espeluznante: escucharon lo que describieron como “llantos de ratas”, un chillido desesperado que parecía venir del interior de la casa de Tere. Pero no era un llanto común, sino algo grotesco, como si varias voces se mezclaran en un solo alarido. Nadie se atrevió a salir. Las paredes de la casa crujían como si algo golpeara desde adentro.

Al día siguiente, cuando Tere regresó, vio a los vecinos pálidos y ojerosos, con los rostros marcados por el insomnio. Lo peor fue cuando vieron todos Tere, su esposo y los vecinos vieron sombras que brincaban entre los techos, subieron a un árbol y lanzaban ramas, así como lo leen.

El silencio regresó a la casa. No más golpes, no más arañazos, no más sombras. Pero Tere sabía que algo había estado allí. Algo real. Algo que, de no haber sido por la advertencia de la anciana, tal vez se habría llevado a su bebé para siempre.

Las brujas existen. Y ella las había visto.

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