Las Residencias del Tec

Un Encuentro con lo Desconocido

Las Residencias del Tec

Hola, soy Puki, conocido en mis días de preparatoria como “Panamá”. Durante mi etapa en las residencias del Tec en Toluca, viví una experiencia que jamás olvidaré. A pesar de ser una institución que cobra precios exorbitantes, las residencias eran sorprendentemente asequibles y, curiosamente, no se encontraban dentro del campus. En este lugar, la mayoría de los estudiantes eran parte del equipo de fútbol americano, lo que hacía que nuestro grupo fuera pequeño y unido.

Compartía el departamento con otros siete compañeros. Al principio, todo parecía normal; éramos jóvenes disfrutando de la vida universitaria. Sin embargo, a medida que el semestre avanzaba, empezaron a suceder cosas extrañas que sacudieron nuestra rutina diaria.

Los lavaderos estaban en los cubos que formaban las columnas dentro del edificio, y por las noches, un sonido escalofriante interrumpía nuestro descanso: gritos desgarradores y lamentos que parecían provenir de los lavaderos. Despertábamos atemorizados y nos asomábamos, solo para encontrar el silencio y nada. La soledad del lugar se hacía más palpable con cada grito que rompía la quietud de la noche.

Uno de los incidentes más impactantes fue cuando un amigo apodado “Campeche” se quedó sin agua en su departamento. Decidió venir a bañarse con nosotros. Apenas entró y encendió la luz, esta se apagó de inmediato. Campeche salió corriendo, convencido de que algo siniestro había ocurrido. Intentamos convencerlo de que podría haber sido un fallo en el interruptor, pero su mirada aterrorizada decía lo contrario.

A Miguel le ocurrió lo mismo: encendía la luz y esta se apagaba , la volvía a prender y se volvía a apagar. Aunque intentamos racionalizar lo sucedido como problemas eléctricos, una noche, la luz del pasillo se encendió repentinamente, y todos vimos estando cada uno en nuestros cuartos, cómo la sombra de unos pasos se movía. Preguntábamos si había sido el otro quién podría estar allí, pero no había nadie en el pasillo todos gritábamos nuestro nombre desde nuestros cuartos. Al abrir las puertas de los cuartos, la soledad del pasillo nos saludó.

Otra experiencia desconcertante fue cuando un amigo buscó sus tenis y los encontró en el refrigerador. “¿Quién fue?”, preguntó en tono de broma, pero nadie tenía respuestas. Era claro que algo extraño estaba ocurriendo.

Un episodio particularmente extraño fue el cambio de ropa en el armario que compartía con Miguel. Un día, al vestirme, noté que me quedaba grande la ropa, hasta pensé que había bajado de peso, me fui al campus. Cuando Miguel llegó, nos dimos cuenta de que teníamos la ropa del otro, sin darnos cuenta. Al llegar al departamento, nuestra ropa estaba completamente invertida, yo usaba el lado izquierdo del armario y mi amigo el derecho. La confusión reinó en nuestro grupo, y la idea de que algo o alguien estaba manipulando nuestro entorno comenzó a asentarse en nuestras mentes.

Una noche, tuve un sueño aterrador sobre un hombre mayor con una escopeta en la mano, de pie en la esquina de nuestro cuarto. Desperté temblando y decidí contárselo a Miguel. Su rostro de pánico fue suficiente para confirmarme que él también había tenido el mismo sueño, con la misma descripción del extraño. Esta coincidencia nos dejó helados y nos hizo sentir que la presencia en el departamento era más real de lo que imaginábamos.

El Pichorro y Chiapas compartían otro cuarto. Una noche, al Pichorro se le subió el muerto. Chiapas logró despertarlo, pero el miedo en sus ojos era palpable.

Con el paso del tiempo, los incidentes se volvieron más frecuentes y perturbadores. Un día, mi amigo Almazán y yo estábamos afuera de las residencias, esperando al papá de su novia. Cuando llegó, nos miró con una expresión de sorpresa y preocupación. Cuando Almazán regresó, compartió lo que el papá de su novia le había contado: En los años 50, en el departamento 8 (justo donde yo vivía), un hombre que era abiertamente homofóbico asesinó a varios jóvenes que llegaban al edificio, para luego desvivirse. La historia era escalofriante y la confirmación de que estábamos viviendo en un lugar con un pasado tan oscuro nos dejó inquietos.

A partir de ese día, decidí investigar más sobre la historia del edificio. Muchos compañeros de clase me miraban con incredulidad cuando les contaba que vivía en las residencias del Tec, Melchor Ocampo 200. “¿Vives ahí? Dicen que asustan, estuvo décadas abandonado…”, comentaban. Era como si todos supieran algo que nosotros ignorábamos.

La tensión se volvió insostenible. Almazán, decidido a enfrentar nuestros miedos, llevó a un padre para bendecir el lugar. Pero tras poco tiempo, el padre tomó sus cosas y se marchó, advirtiéndonos que debíamos mudarnos, ya que la situación era peligrosa.

Finalmente, nos acostumbramos a vivir en medio de lo inexplicable, no teníamos de otra, éramos becados, o sea “estudihambres”. Sin embargo, la experiencia nunca fue fácil. Uno de nuestros compañeros, Jordi, no pudo soportarlo y decidió irse tras una experiencia aterradora con lo que describió como “se le subió muerto”. Esa noche, tras enfrentar a la presencia que nos acechaba, Jordi se mudó al día siguiente.

Los datos sobre el hombre que soñamos y que supuestamente asesinó a sangre fría, no están documentados pero la historia que comparto es completamente real. Cada vez que la recuerdo, siento un escalofrío recorrer mi cuerpo. Espero que esta experiencia sirva como un aviso a todos aquellos que decidan habitar en lugares con historias ocultas.

Saludos a Susurra tu Nombre, y gracias a todos los lectores que disfrutan del terror.

Si has vivido una experiencia del fenómeno paranormal, envía tu relato a ecos@susurratunombre.com

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